Lo que los maestros no entienden.

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Yo soy hijo de una maestra que laboró por casi 30 años en el magisterio nacional, y he sido profesor a todos los niveles de la enseñanza en el país. Por tanto, a mí no me pueden hablar de las carencias, de las penurias y del sacrificio de ser maestro.
Mi mamá ganó por mucho tiempo $18 pesos como maestra. Mi primer salario como profesor fue de $93 pesos: Yo llegaba de recibir clases en la universidad y me iba sin cenar a impartir docencia en el liceo nocturno. Antes había dado clases a nivel primario en mi pueblo.
Traigo esto a colación porque aquí se suele chantajear cuestionando el quehacer de los demás. Yo sé de las penas de ser maestro.
Hay dos crisis en el magisterio actual: la de credibilidad y la de comprensión de la realidad.
Los maestros dejaron de ser apreciados por la comunidad cuando se olvidaron de ser referentes y se convirtieron en activistas sindicales. Aquellos maestros, que ganaban poco pero siempre estaban dispuestos, sabían que se debían a la comunidad a la que servían. Les importaba más el reconocimiento social que su salario.
Se reconoce el derecho a un salario digno, pero no a costa de dañar la misión por la que le pagan.
Por otra parte, los maestros sindicalizados no comprenden que la lucha por el 4 por ciento, no fue por más dinero para la educación. ¡Fue para mejorar la calidad de la educación!, para lo cual se necesitaba más dinero. Mejorar las condiciones materiales de los maestros era una consecuencia lógica que conllevaba una contraprestación: el que los maestros dieran más de sí, que entendieran que el proceso se hizo en beneficio del país, no de un grupo social por más merecedor que fuera.
Cuando entiendan su papel, los maestros serán socios de este proceso irreversible de mejoramiento de la educación. Sería una pena que no lo entendieran.
atejada@diariolibre.com